The
Words of a Suicide
Me asomo a la ventana y recuerdo tus
palabras, como un susurro acudiendo a mis oídos. La lluvia cae incesante, el
suelo empapado y cubierto por el agua turbia que se asemejan a los llantos de
tu alma.
Tu susurro en mis oídos, las suaves
palabras de cariño que me dedicabas, esas sonrisas cálidas que iluminaban mi
corazón con la luz que sólo tú podías ofrecerme. Tan perdido estás tú como yo
sin tu presencia, pero mi error nos separó, ya no puedo dañar más tu dolorido
corazón. ¿Puedo romperlo un poco más?
Todos tus recuerdos que una vez me
confesaste, esos llantos que derramaste, todavía puedo sentir tu propio dolor
dentro de mí. Ya no estaré más para consolarte, ya no estarás más para amarme
con todo tu ser…
Observo la lluvia caer asomado en la ventana
de mi habitación, la noche cerrada le otorga aún más dramatismo a la escena que
se funde con mi propio ser, mis lágrimas se escurren por este rostro que ha
perdido el color. Miro a mí alrededor, ¿por qué todo parece haber perdido la
luz con tu marcha? Las paredes ahora grises por la oscuridad, la pálida luz de
la luna entrante por la ventana y las cortinas agitándose por la brisa mientras
que golpean mi rostro. La cama desecha, exactamente igual que la última vez que
estuviste en ella, tu cálido cuerpo ya no deja ningún rastro de tu presencia
allí…Todo está frío y tétrico sin esa sonrisa que le dedicabas a pocas
personas, pero que yo llegué a conocer.
Un arrugado papel cerca de la puerta, con las
pocas fuerzas que mi cuerpo ahora mismo posee lo tomo entre mis manos. Puedo
percibir tu leve aroma en ella, intento guardarlo en mi memoria, sabiendo que
nunca volveré a sentirlo. Abro el escurridizo y arrugado papel y distingo tu
mala caligrafía, sonrío ante los recuerdos de las regañinas que te daba por no
entender tus palabras. Examino esos trazados, es breve, conciso, como tú,
sabiéndote explicar tan solo a través del papel.
“Ahora que el silencio se vuelve más duro de
asumir, en este momento que la oscuridad parece hacerse presa de mí, yo ya no
puedo gritar como antes. Las palabras ahora vacías, mi corazón que ya no
soporta una herida más. Pero este corazón que antaño no sabía lo que era el
perdón, ahora solo puede latir una última vez para disculparte, para dedicarte
su último aliento. Porque ahora he perdido las ganas de luchar, tal y como un
día me dijiste que no deseabas tal pérdida. Lamentaré que te enteres de mi
decisión y cuando lo hagas, discúlpame tú por el dolor que mi ida te pueda
causar. Has de saber que tú nunca tendrás la culpa, tú fuiste quien me otorgó
la vida cuando la creí perdida. Por eso te perdono y espero algún día alcanzar
el tuyo. Siempre te querré.”
Las lágrimas era incontrolables, no, no. Tú
siempre fuiste fuerte, a pesar de tu dolor siempre te levantabas una vez más,
otorgándome una torcida sonrisa. Sí, es mi culpa, siempre es mi culpa el
torturar tu corazón más y más, ¿por qué te tuviste que enamorar de mí que solo
sé dañar?
Yo, ahora yo, sacaría fuerzas de donde no las
tenía, te salvaría por primera vez de ese pozo negro donde te sumergiste hace
años.
Sabía perfectamente donde te encontrabas, un
día me lo contaste y yo escuché atentamente tus palabras.
Corrí, corrí en medio de la lluvia,
atravesando esa noche entre las calles de Tokyo, que extrañamente ahora
parecían vacías. Tropecé contra el pavimento, rasguñándome las rodillas, pero
todo daba ahora igual, debía evitar tú muerte. Tu suicidio. Aumenté mi
velocidad, sintiendo mi agitada respiración, sintiendo el trote de los latidos
de mi corazón, pensando en cuantos le quedarían al tuyo.
A ese edificio, en lo alto de ese lugar, que
un día tú me mencionaste, para tu propio final. Pero no sería ese día, no esta
noche, no a la media noche de este año. No mientras que yo te amase con toda mi
alma…
La última manzana, atravesé la esquina, el
suelo resbalaba, pero la iluminación de las pálidas farolas me otorgaba la luz
necesaria para seguir… Los últimos metros… Tan solo a unos pasos de tu
salvación…Tan cerca y tan lejos.
Una figura negra se estrelló contra el pavimento
a tan solo unos metros de mí, entre miles y miles de personas, reconocería tu
cuerpo a pesar de los daños que podría haber causado el choque. Otra vez me
sentía inútil. Sosteniendo tu cuerpo entre mis brazos, viendo tú perfecto
rostro cubierto por la sangre y el agua de la lluvia que parecían lágrimas por
el dolor que te provoqué. Porque tu suicidio, tu muerte era culpa mía. Eras la
única persona que amé, no fui yo quien te salvó, sino tú quien recuperaste a mi
perdida alma.
- Gracias…